30 Abr

Priscila y MaxDesde chiquito, en la Escuela Sabática, escuché historias de misioneros que iban al África, a China, a India, y a todos estos lugares exóticos, y esa era la idea que yo tenía de lo que significaba ser misionero. Con un poco de esto en mente y otro poco de lo que aprendí en la Escuela de Misión en la UAP, decidí dedicar un año para servir a Dios en Estambul, Turquía. Armé mis maletas y en junio de 2013 viajé a la antigua ciudad de Constantinopla con el objetivo de ayudar a abrir una escuela de idiomas, como un centro de influencia.

Aproximadamente el 95% de la población de Turquía (80 millones de personas) profesa la religión del Islam, y el otro 5% está repartido entre judaísmo y algunas religiones cristianas. La población adventista en Turquía es de unos 90 miembros repartidos sobre el territorio de Turquía, y de estos, solo unos 10 o 12 son ciudadanos turcos. El resto son extranjeros viviendo en Turquía: moldavos, rumanos, rusos, búlgaros, y otros.

Al llegar, lo más impactante fue el idioma (turco). Yo había comenzado a estudiarlo antes de viajar; poseía un básico de unas 150 palabras y algunas frases de bolsillo para salir del paso. Pero una cosa es dialogar con la computadora y otra muy diferente es hacerlo en la calle. El primer sábado, un día después de llegar, asistí al culto y no entendí ninguna palabra de lo que se predicó, ya que el sermón fue predicado en turco, sin traducción. A pesar de eso, pude sentir la calidez de los hermanos, que me recibieron con mucho cariño.

Siendo una ciudad tan grande y por estar dividida físicamente por un canal que conecta el mar Negro con el mar de Mármara, la ciudad de Estambul posee dos congregaciones pequeñas donde se hacen cultos los sábados: una congregación en Kadiköy, en el lado asiático de la ciudad (unos 40 miembros), y una congregación en Taksim, en el lado europeo (unos 15 miembros). Cuando llevaba unos 5 meses viviendo en Estambul y asistiendo a la iglesia más pequeña, el pastor que lideraba esta congregación fue reubicado dentro de la ciudad, y no le fue posible seguir liderando esa iglesia. Desde ese momento, la iglesia quedó “sin cabeza”, y permaneció así por un tiempo. Por ese tiempo, el presidente del campo me solicitó que yo hiciera las funciones de coordinador de escuela sabática y de anciano de iglesia. Desde ese momento, cada sábado enseñé la lección de escuela sabática o le pedí a algún hermano que se preparara para darla, coordiné la liturgia, y traje algo para compartir en el almuerzo, que se come a la canasta en la misma iglesia todos los sábados.

Una de las cosas que más extrañé los primeros meses fue a mis amigos, tener alguien con un código común, alguien con quien compartir mis problemas y que entendiera por lo que estaba pasando. Oré y Dios contestó. En diciembre de 2013 llegó a Estambul una amiga, Priscila Ahumada, para participar en el mismo proyecto para el cual yo había sido llamado. Ella se encargó de velar por las hijas de una de las familias que asistían a la iglesia en Taksim para que tuvieran una escuela sabática apropiada para ellas. También dedicó su tiempo para mantener la limpieza del lugar, y estuvo dispuesta a ayudar a preparar y servir la comida que compartíamos con los hermanos luego del culto.

Una de las actividades litúrgicas que damos por sentado, la música, representa un problema en la iglesia en Turquía. La iglesia adventista no está reconocida oficialmente, lo cual significa que los vecinos denuncian frecuentemente las actividades, y no es algo raro que la policía venga a investigar. Como regla general, no se canta en Taksim. En ocasiones especiales, Priscila y yo cantamos algún himno antes de que llegara la mayoría de los miembros de la iglesia. Esas ocasiones nos acercaron más a Dios y nos ayudaron a disfrutar más del día que Dios nos había regalado.

Priscila y yo nos hemos ido de aquella hermosa ciudad. Pero queda mucho trabajo por hacer con los hermanos. Duele pensar que en el lugar que alguna vez fue la cuna del cristianismo, donde Pablo, Juan y otros seguidores de Jesús levantaron iglesias que reconocemos de la Biblia, hoy es muy difícil encontrarse con un cristiano sincero que adore al Dios vivo. Si hay algo que pudimos presenciar con Priscila es que cada vez que lográbamos dar un paso para adelante en la obra de Dios, el diablo ponía una traba que nos obligaba a dar dos pasos para atrás. Es evidente que no quiere que la obra de Dios avance en este lugar del mundo. Oremos por los hermanos en Turquía, para que tengan fuerza para resistir y puedan dar a conocer la única fuente de salvación, Cristo Jesús.

Max Nikolaus, graduado en la UAP en la Lic. en Sistemas de la Información