02 Oct
Personalmente, agradezco a Dios por haberme concedido el privilegio de trabajar muy estrechamente con el profesor Olmedo por veinte años en esta institución, durante los cuales fui enriquecido por su compromiso ejemplar con la educación adventista. Juan Carlos fue mi amigo, asesor y mentor durante varias décadas.
A lo largo de los cuarenta y cinco años de servicio a la educación adventista, el querido MAESTRO (en letras mayúsculas) como él mismo gustaba definirse, fue reconocido como un educador que impregnó su amplio conocimiento técnico y rica experiencia profesional con una pasión destacada. Todos recordamos sus extremas habilidades en términos de precisión y corrección, tanto de la palabra hablada como escrita; un maestro de la palabra, pero por encima de todo, hoy podemos recordarlo como un maestro de la vida misma.
Juan Carlos fue un docente en todo el sentido de la palabra, que ponía en práctica aquello de la «enseñanza ocasional». Él llevaba la enseñanza inscripta en su ADN y no podía dejar pasar cada oportunidad que tenía, en forma consciente o inconsciente, de entregarnos una nueva experiencia de vida. Un maestro en el pleno sentido de la palabra.
Su capacidad de convencimiento estaba siempre adornada por una brillante y clara exposición de las buenas razones, y sobre todo por aquella mirada visionaria que acercaba el futuro a nuestra mente como algo realizable y no utópico o inalcanzable, aunque no sin esfuerzo. No existe educación válida sin idealismo y Juan Carlos fue, por encima de todo, un gran idealista.
Él fue sin lugar a dudas una de las personas esenciales del proceso de transformación del antiguo y querido CAP en la UAP. Lo recordamos hoy como uno de los grandes impulsores del proyecto universitario desde su mismo comienzo: planificó y proyectó el desarrollo de la Universidad como una institución para el futuro. Aquel futuro de entonces —que es el presente de hoy— puede contarlo a Juan Carlos como uno de sus grandes mentores, no solo en la docencia —ámbito en que él era un experto— sino también en aquellos otros aspectos distintivos que hacen a la esencia de una institución universitaria: la extensión, la investigación científica y el servicio al prójimo.
También fue importante su liderazgo en la consolidación del proyecto universitario y el logro del reconocimiento definitivo de la universidad en el año 2002, como también en los procesos de acreditación de carreras de grado y posgrado de Teología. Por ello, el claustro académico de esta institución merecidamente le otorgó la máxima distinción académica: el Doctorado Honoris Causa.
Aunque trabajó solamente en la Unión Austral, su influencia profesional trascendió los límites de este territorio eclesiástico. Su labor a lo largo de una extensa y fecunda vida profesional, que fue pródiga en logros y realizaciones de significativo éxito, se extendió como asesor de proyectos académicos de nivel superior a Chile, Ecuador, España, Paraguay y Perú, desde donde líderes de la educación adventista le solicitaron asesoramiento y consejo debido a la admiración y respeto que le tenían por su trayectoria en la docencia y la administración académica universitaria.
Hace unos días, un querido amigo aquí presente me recordó el pensamiento inspirado de Elena White que muy bien define lo que fue la vida y ministerio educativo del querido Juan Carlos:
«…No tiene límite la utilidad de aquel que, poniendo el yo a un lado, deja obrar al Espíritu Santo en su corazón, y vive una vida completamente consagrada y de servicio».
Pronto, al despertar en el día de la resurrección, Juan Carlos escuchará las palabras de bienvenida del divino Maestro, de quien él fue un discípulo: «Bien, buen siervo fiel… Entra en el gozo de tu Señor».
Dr. Luis A. Schulz
Exalumno y colega del profesor Juan Carlos Olmedo