15 Jun
La Universidad Adventista del Plata (UAP) es una cantera de profesionales que han traspasado los límites geográficos del mundo para servir con excelencia y bondad. Miles de jóvenes son referentes en cómo una educación integral, basada en valores, puede transformar una sociedad más interconectada pero con menos sentido de proximidad y condescendencia con el «otro».
María Laura Rizzo es licenciada, profesora en Psicología y máster en Educación; y Diego Encinas es profesor de Enseñanza Primaria y en Ciencias de la Educación. Este matrimonio, formados en la UAP, demuestran día a día que, en las manos de Dios, podemos ser una herramienta viva en la misión divinamente dispensada.
Ellos son docentes en la escuela de modalidad en Educación Intercultural Bilingüe 941, Puerto Iguazú, Misiones, establecimiento que cuenta con 77 niños mbya guaraní de la aldea Yasy Porá (Luna bonita), que son atendidos por tres docentes y un auxiliar docente indígena, que es el segundo cacique de la aldea. Los alumnos de las aldeas mbya guaraní reciben la misma educación que en cualquier establecimiento escolar de Misiones, sumado a conceptos y saberes de la tradición indígena.
Los Mbya se caracterizan por su amplia movilidad, que mantienen en la actualidad con mayores restricciones. Sus asentamientos atraviesan los territorios de Paraguay, Argentina y Brasil. Para ellos el concepto de «territorio» supera los límites físicos de las aldeas y senderos, está asociado a una noción del «mundo» que implica un redefinición constante producida por la dinámica social y los movimientos migratorios. Su geografía incluye sectores compartidos por diferentes sociedades; en contraposición, sus aldeas o tekoa («el lugar en donde realizamos nuestra manera de vivir») no albergan otros grupos humanos, allí deben preservar los recursos naturales y mantener la privacidad de la comunidad. La tierra no es sólo un recurso de producción, es el escenario de la vida religiosa y las relaciones sociales, que le dan sentido a su existencia.
En diálogo con el programa Con otros ojos, que se emite por radio Estudiantil, Diego Encinas describe así su tarea: «Contamos con dos aulas plurigrado, lo que obliga que, algunos de los cursos, deban tener sus clases en la galería o en el patio de la escuela, claro está, dependiendo del estado del tiempo. Nuestra tarea se realiza con muchas tareas prácticas y con un contacto directo con la naturaleza. Tengo a cargo el primer grado y los niños llegan hablando guaraní. Mi vocabulario en esta lengua era muy pobre, así que tuve que luchar por ganarme la confianza de los niños. Hoy, puedo decir, que nos entendemos lo suficiente. Nuestra tarea comienza a las ocho,; al ser una escuela de jornada completa, si disponemos de cocineros, les brindamos el desayuno; de lo contrario, seguimos hasta el mediodía, momento en que servimos el almuerzo. Luego, las clases continúan hasta las 16:00. Debo aclarar que, para muchos de estos niños, el único plato de comida que reciben en el día es en la escuela. Con María Laura, mi esposa, estamos confiados en que estamos cumpliendo con el propósito de la educación cristiana, que consiste en llevar a los niños y sus familias a los pies de Jesús. Esto lo logramos con el ejemplo de todos los días, inculcando valores y ellos van notando la diferencia en el mismo trato personal. Uno aprende mucho de estos niños y ve la mano de Dios expresándose en la espesa naturaleza y en cada uno de sus pobladores. Muchas veces, los adultos de las aldeas vienen a compartir su cultura ancestral y, de esta experiencia, se aprende mucho. Los lunes, los docentes (sobre todo los del nivel medio) reciben clases de guaraní con uno de los nativos de las aldeas, cuestión que enriquece al momento de acercarse a los alumnos. Recordemos que ellos manejan tres idiomas: portugués, guaraní y español».
Consultado acerca del beneficio que ha acarreado desempeñarse en una escuela rural, Diego Encinas expresó: «Es un anhelo que teníamos hace tiempo. Estoy cumpliendo un sueño que me propuse antes de terminar mi formación en la UAP. Dios no solo me permitió trabajar en una escuela rural, sino también con las características particulares que tiene este establecimiento misionero. Estamos junto a mi esposa agradecidos por poder brindar lo que recibimos en la Universidad, que fue mucho, y brindarnos a toda esta comunidad mbya».
Al preguntarles acerca de si han tomado conciencia de la dimensión del trabajo que realizan, Diego Encinas afirmó: «Cuando lo hacemos nos damos cuenta de cuánto estamos aprendiendo de esta experiencia. Damos mucho, pero recibimos aún más en afecto, cariño y en el conocimiento de su cultura. Vivimos a cinco kilómetros de la escuela y nos transportamos en moto, pero, muchas veces, las lluvias condicionan nuestros viajes los cuales se deben realizar a pie, con mucho barro, pero con muchos deseos de llegar y encontrar el afecto de nuestro niños».
Al momento de dialogar con María Laura Rizzo, ella decía al respecto del lugar en el que le toca desarrollar sus tareas: «Como aclaró Diego, me desempeño en el nivel medio, en la Reserva Iryapú («sonido lejano del agua») en donde conviven cuatro comunidades, en 250 hectáreas de bosque nativo. Allí existen dos escuelas primarias y una del nivel medio en donde enseño, desde el 2016, materias que tienen que ver con la Formación ética y ciudadana, Psicología y Filosofía. Mi experiencia la puedo definir de esta manera: estoy sirviendo, haciendo misión como si estuviera en otro lugar del mundo, pero en mi propio país. Tener una nueva lengua, como el mbya guaraní, un idioma nativo que no es idéntico al guaraní paraguayo y aprender una nueva cultura, me ha desarrollado el interés investigativo, área que vengo desarrollando hace varios años. Tengo muchos proyectos en mi cabeza, pero en este momento estoy priorizando el aprender bien la lengua y conseguir una mejor comunicación con estas comunidades».
Al ser consultada sobre la experiencia y los beneficios que le ha traído este momento de su vida, María Laura Rizzo consignó: «Es mucho el bien que hemos cosechado de esta vivencia. La semana pasada fue mi cumpleaños y estuvimos de celebración con mis compañeros de tareas. Allí les comenté que, dos años y medio atrás, este festejo lo realicé en la UAP. Ahora, salvando las diferencias, mi sentir fue exactamente el mismo que estaba teniendo. El grado de satisfacción personal pasa por cuánto uno goza de lo que hace, sobre todo al momento de dar. Esta acción compensa el barro, el frío… Las clases las damos en un salón, ya que no disponemos de un lugar particular para ello, en el mejor de los casos, compartimos aulas con la escuela primaria. La satisfacción personal la encontramos en el logro de nuestros estudiantes. Ahora entendemos lo que Jesús hizo y hace por nosotros. Comprendemos lo que enseñó al decir “ama a tu prójimo como a ti mismo”».