22 Dic
Durante las cuatro jornadas que se vivieron en el II Congreso de la Iglesia Adventista de Argentina, se contó con la presencia del Pr. Dwight Nelson, pastor principal de la iglesia de Pioneer Memorial en Andrews University, reconocido orador, escritor y evangelista. Aprovechando su presencia en nuestro medio, La Agenda tuvo la oportunidad de dialogar con él. A continuación, compartimos el resultado de dicho encuentro.
«La primera vez que estuve en este lugar hace dieciséis años, fue en octubre de 1999», recuerda el Pr. Nelson.
En el marco de este congreso —un momento significativo para la Iglesia Adventista de Argentina— es una responsabilidad importante tener el mensaje evangélico destinado a líderes y delegados presentes.
«Esta es una oportunidad única y de mucha responsabilidad. Fui invitado por el Pr. Carlos Gill para tener las meditaciones matinales durante el congreso y el programa evangelístico “Al filo de la eternidad” por las noches, abierto a toda la comunidad».
El hecho de contar con el Pr. Nelson entre nosotros ha causado gran expectativa. ¿Cómo logra este clima un evangelista?
«Como decimos en Estados Unidos: “esta es la pregunta del millón de dólares”. Para aquellos que nos toca desempeñarnos en este ministerio es fundamental mantener una conexión constante con la sociedad que nos rodea. El mundo cambia a cada instante y, si le sumamos que traemos un mensaje de un texto antiguo como la Biblia, es de suma importancia que sepamos lo que a la gente le sucede. Si no tenemos esto, ellos pensarán que vivimos ajenos a sus necesidades. Aquí está el meollo del asunto. Es fundamental que consultemos, meditemos y estudiemos en profundidad la Palabra de Dios. Trayendo a colación un ejemplo, Internet, el mundo está sobreinformado. Como predicador tengo la necesidad de estar atento a lo que mi comunidad experimenta e intentar, desde este conocimiento, llevarlos del secularismo reinante a las respuestas, doctrinas y enseñanzas que les ayuden a afrontar los tiempos que se viven. Otro ejemplo: en mi país, hace tres semanas, tuvimos la masacre de San Bernardino. Todo el mundo se enteró de este atentado en la costa oeste; inclusive conocieron que existe este lugar. Cuando subí al púlpito en Andrews University, todo el mundo tenía esto en mente. A tres días de acontecido el hecho y a dos mil kilómetros de distancia, toda la gente que estaba allí esperaba que explicara el significado de los sucedido en San Bernardino y, como si fuera poco, qué mensaje tiene Dios para mí en esta situación. De esto surge la importancia de la pregunta que La Agenda me hizo, y la respuesta es que “tenemos que seguir conectados al tiempo en que vivimos”».
Jesús actuaba de esta manera.
«Sí. Y Juan Bautista también. Si tomamos la historia retratada en el libro El Deseado de Todas las Gentes, allí la autora nos dice que, aunque Juan vivía en el desierto, aislado de la sociedad, de vez en cuando, se acercaba al pueblo, se mezclaba con la gente en el mercado y miraba lo que pasaba. Jesús hacía esto».
Con este cúmulo de información que atraviesa al mundo, ¿es posible perder el foco en Jesús?
«Lo que es crucial en un tiempo de crisis, es que estemos arraigados a la Palabra de Dios. Como dice una expresión en mi país: “no tenemos una mente tan celestial que nos desconecte del mundo”. No podemos hacernos monjes, pero tampoco el otro extremo, estar embebidos de lo que cuenta Internet, redes sociales y medios de comunicación. Por esta causa perdemos nuestra relación personal, nuestra identidad que alimenta nuestra espiritualidad gracias a esa comunión con Dios. En Andrews University cuento con tres mil quinientos alumnos y siempre les digo que sigan creciendo en su amistad con Jesús. Esta amistad es para siempre y debe estar en constante crecimiento. Siempre le digo a la generación del tercer milenio: al comenzar cada día, sumérjanse en Cristo. Cuando viene un joven a mi oficina y me dice: “Pastor, me siento vacío espiritualmente”, le digo: lo que necesitas son diez minutos. Prepara un ambiente ajeno de ruidos y mantente en silencio, desconectado. Ahora escoge alguno de los evangelios y comienza a leer una historia por día. Algunas de ellas podrán tomarte cuarenta segundos, pero recuerda, necesitas diez minutos. Transforma esa historia en tu mente como si fuera una película. En pocas palabras, vuelve a pensar la historia para vivirla.
La gente del tercer milenio es netamente visual. La única tecnología que no se vale de la imagen es la radio. Tenemos pantallas en el celular, tabletas, televisores, aulas de clases y hasta en los vehículos. Entonces lees la historia, la imaginas y la saboreas con cada sentido. Haciendo esto, ya te tomaste tres minutos de los diez. Luego, al leer la historia debes hacerte las siguientes preguntas: ¿qué me dice este relato acerca de mi amigo eterno?, ¿por qué Dios se aseguró que esta historia estuviera en la Biblia? No importa la historia, siempre mantén tus ojos en Jesús. Escucha, siente, huele… Cuando descubres algo único (con todo esto ya han pasado cinco minutos), el anteúltimo paso, le escribes un correo electrónico a Jesús. Aunque no tengo esa dirección, toma esa tableta, el celular o… papel y lápiz y dile: “Querido Jesús: Pedro saltó hacia el agua y empezó a caminar hacia ti. Y me doy cuenta cuán parecido soy a Pedro, demasiado impulsivo e inconsciente. En ese momento pierdo de vista tus ojos y, cada vez que me pasa lo mismo, me hundo en el agua. Hoy, querido Señor, mantén mi vista en ti. Amén”.
Ahora, si vengo a verte dos o tres horas después y te pregunto qué encontraste en la Biblia hoy, podrás decir: “¡Ahhh! Esta mañana leí la historia de Pedro cuando caminó por el agua y casi se ahogó”.
¿Acaso ha ocurrido un diálogo aquí? Dios me ha estado hablando a través de su Palabra. Cuando escribo, todo queda grabado en mi mente. Tuvimos una conversación y ya consumí nueve minutos. En el último minuto, ponte de rodillas. No estás hablando con cualquier desconocido. Te estás comunicando con Dios todopoderoso y creador de todo. Compartes tus necesidades, luchas, amigos, familia, desafíos.
Esta es la manera en que un documento de más de dos mil años es tan actual para nosotros».
¿Por qué estamos al filo de la eternidad?
«Porque los problemas humanos, cada vez más graves, no encuentran respuestas humanas. Ya no podemos recurrir a los hombres de la política para solucionarlos. Nadie sabe qué hacer; tratan de sonar convincentes, pero no tienen respuestas. Los presidentes no logran controlar la situación, ni los científicos, abogados, educadores.
Estamos al filo de la eternidad porque a la humanidad se le acabaron las respuestas y, sorprendentemente, la Palabra de Dios tiene respuesta y solución para esta situación. El llamado contundente de Dios es: “Ven a mí y déjame ser tu amigo eterno y te conduciré por este campo minado del fin”.
Soy un cristiano que sabe que Cristo viene muy pronto y estoy convencido de que estamos al filo de la eternidad. Es momento de despertar».
¿Qué opinión le merece esta institución? ¿Cuál es el papel de la UAP en este filo de la eternidad?
«Este campus es precioso. Ha cambiado mucho. Cuando estuve en el año 1999 fui el orador de una semana de oración, día a día, y predicaba mañana, tarde y noche. Recuerdo lo largo del Auditorio y sus ruidos. Cuando llegué, en esta ocasión, me encontré con un hermoso templo. Pero no solo la UAP ha crecido. También lo ha hecho la comunidad de Libertador San Martín. El progreso avanza.
En lo que respecta a la segunda pregunta, el rol que tiene esta institución es exponer estas mentes jóvenes al conocimiento, canalizando esta reflexión en el contexto de la eternidad. Toda ciencia, conocimiento, arte tiene que ser permeado y filtrado por esta perspectiva de Dios. La razón de esta vida no es ser más inteligente, sino que el objetivo primordial es servir a la humanidad. La UAP existe para preparar jóvenes que sirvan en todo el mundo».
Foto: Dr. Sergio Becerra (intérprete) y el Dr. Dwight Nelson