08 May

Priscila AhumadaDespués de ofrecer un año de servicio en Egipto, sentí que mi tarea no había terminado. Dios todavía seguía llamándome y fui a servir a Turquía, pero ahora éramos dos jóvenes de la UAP y eso hacía las cosas más llevaderas en una tierra tan lejana y diferente. Esta vez, era una ciudad modernizada, pero conservaba las antiguas costumbres musulmanas con sus coloridos palacios y sus melodiosas mezquitas que hacían resonar su llamado a la oración a través del Bósforo azul profundo. Era un nuevo desafío, una nueva aventura por conquistar, un idioma nuevo por aprender.
La religión islámica es una de las características más destacadas del país. Las mezquitas decoran el horizonte.  Los viernes de mañana, los musulmanes se preparan para reunirse a orar en su día especial. Cerca de las 11:00, el cantor comienza su oración, que recita parte del Corán en árabe aunque el idioma común es turco: “Dios es el único Dios y Mohammed su profeta…”.
Muchos se acercan a la mezquita para llevar a cabo el ritual wudu. “¡Bismillah!” dicen para comenzar el lavamiento previo al ingreso a la mezquita en las fuentes construidas a la entrada o en los patios, comenzando por las manos, hasta los codos, la nariz y boca, cara, orejas, cabeza y pies hasta los tobillos. Este ritual representa la pureza interna y externa con la que uno debe presentarse ante Dios, un ritual que se asemeja al lavamiento de pies practicado por nosotros, los cristianos. Las mujeres también participan, pero tienen un sector separado para ellas, inclusive dentro de las mezquitas. Y, por supuesto, todas las damas, inclusive visitantes, deben ingresar con la cabeza cubierta en señal de respeto.
En una de nuestras visitas, Max y yo dedicamos  tiempo para sacar algunas fotos en la llamada mezquita de Salomón. Un imam (líder musulmán) se acercó a conversar con nosotros. Compartimos ideas sobre el Islam y el Cristianismo, hablamos sobre Jesús, los discípulos y la Biblia. Fue muy enriquecedor y aprendimos que no hay barreras para compartir nuestras creencias siempre y cuando lo hagamos con respeto y amor.
Experiencias como esta y varias más nos dieron una percepción más profunda de lo que significa “predicar el evangelio”.  Lógicamente, aprender de las costumbres del lugar también nos ayudó a adaptarnos y evitar malos entendidos.

La solidaridad de la población estambulense es otra de las características llamativas de la población. Están dispuestos a dar direcciones a los extranjeros perdidos y no vacilan en prestar su celular para contactarse en caso de emergencias. Las calles, además de mostrarse pintorescas, son bastante seguras y abundan las típicas tacitas de té en las veredas. La gente toma té y café regularmente que les son proporcionados  por los vendedores ambulantes.
Todas estas vivencias y la interacción con la gente que Max y yo pudimos tener fueron de crecimiento. Son cosas que el dinero no puede comprar.
Si estás pensando en ser misionero, no desprecies los aspectos culturales que puedas aprender. Ver el mundo a través de los ojos de los otros, entender a Dios desde su punto de vista y no del tuyo, te abrirá perspectivas y te hará empático con las necesidades  ajenas. Sigamos orando por estos países en donde el evangelio no ha podido crecer, pero también oremos por los líderes y futuros misioneros que dedicarán su tiempo, dinero y dones al servicio de Dios en tierras lejanas.

Priscila Ahumada