16 Abr

Melinda PintoNuestras caras se apoyaron contra la ventanilla del avión. Ante nuestros ojos, las nubes que nos habían acompañado a lo largo del agotador viaje fueron dando lugar a un paisaje blanco enmarcado por imponentes montañas. El viaje había terminado… o, ¿acaso esto era solo el comienzo?

Por unos  momentos recordé cómo había sido el camino hasta llegar aquí.  El año pasado finalicé mis estudios del Profesorado de Música y decidí dedicar un año al servicio voluntario adventista. Participé en la Escuela de Misión de la UAP en donde aprendí muchas cosas. Allí me inculcaron el deseo de amar la misión y el servicio con todo mi corazón. Por alguna razón, se cerraban las puertas de los lugares a donde quería ir y me sentía perdida y confundida. ¿Cuál era el camino que debía tomar? Decidí poner este asunto en oración.  Lo que yo no sabía era que Dios estaba preparando una tarea hermosa  para mí y que de seguro marcará mi vida para siempre.

Llegó el mes de octubre de 2013 y en la UAP se realizó un congreso de jóvenes voluntarios llamado “I Will Go”. En una de las reuniones, un jueves por la noche, el rector de la Universidad presentó el proyecto de la “Ventana 10/40”. Se necesitaban misioneros para ir a esos lugares.  En esa  reunión se hizo una invitación especial a todos aquellos jóvenes que desearan participar en  el mencionado proyecto. Me sentí impresionada por el Espíritu Santo. Pasé al llamado, pero en lo más profundo del corazón creía que no tenía las cualidades necesarias para ir tan lejos. Sin embargo, yo sentía que debía responder a esa invitación porque si quería ser una misionera, debía ir a cualquier parte del mundo.

El congreso terminó y todos volvimos a nuestras tareas habituales. Como casi estaba terminando el año, había muchas cosas para hacer, así que lamentablemente me olvidé del proyecto misionero.  También, me olvidé de que durante el congreso se había abierto la inscripción para todos los que estuvieran interesados en ir a la Ventana 10/40.

Una noche, como de costumbre, estaba pensando en lo que haría después de terminar mi carrera. Entonces, me di cuenta de que la inscripción al proyecto misionero finalizaría al mediodía del día siguiente. Con la compañía de una amiga fui  a Bienestar Estudiantil a pedir los formularios y, una hora antes de que terminara el plazo, entregué los papeles.  Mi amiga me dijo con una sonrisa: “Meli, esto es una respuesta directa de Dios. Si él quiere que vayas, entonces vas a ir y si no… bueno eso también será una respuesta”. Mi amiga tenía razón. De ahí en más dejé todo en las manos de Dios. Poco a poco, las cosas fueron tomando otra perspectiva.

Una semana después tuve una entrevista con el pastor Walter Lehoux, quien me confirmó la noticia de que había sido preseleccionada para comenzar el curso especial de entrenamiento para este proyecto. Todo parecía un sueño. Dios estaba comenzando a guiar mi vida.

Al bajar del avión, estábamos a miles de kilómetros de nuestros hogares y de todo aquello que conocíamos: nuestras familias, amigos y costumbres. Sin embargo, teníamos la plena seguridad de que Aquel que nos había guiado hasta ese momento no nos dejaría solos. Hoy, disfruto de la tarea que me toca realizar: doy clases de piano y enseño Música en una pequeña escuelita. Con el grupo de misioneros trabajamos también en proyectos de ADRA. Dios dirige nuestras vidas de manera especial, por eso quiero decirles a todos: confiemos en sus promesas.

 

Melinda Pinto

 

(Boletín informativo de la Unión Misión del Sur – División Euro-Asiática. Ed. 01 Abril 2014)