17 Jun

Natalia JonasSi hay algo que aprendimos en los últimos años es que a Dios le encanta sorprendernos y que sus sorpresas siempre nos ayudan a romper estereotipos y a crecer en más de un aspecto.

Corría el año 2011. Estábamos en el último año de nuestras carreras. Todos los preparativos para nuestro casamiento ya estaban en marcha. Pero ¿qué hacemos el año que viene? Lo cierto es que no recordamos cómo surgió la idea. Con seguridad el ambiente y el énfasis misionero de la UAP ayudó. Un día empezamos a soñar con ser misioneros. Seguimos todos los pasos, miramos llamados en la página del Servicio Voluntario Adventista, y decidimos hacer una solicitud para ciertos proyectos.

La primera opción fue Palau. La comunicación no era fácil, pero parecía que todo iba marchando. El congreso «I Will Go!» nos animó y brindó más herramientas. Pero en noviembre, recibimos la noticia de que no habíamos sido aceptamos para el proyecto de Palau. Desilusión… Preguntas…

Seguimos intentado e hicimos contacto para un proyecto en Dinamarca. Pero algunas semanas después volvimos a ser rechazados. ¿Será que Dios quiere que salgamos al exterior como misioneros o no? ¿Será que esto no es lo que Dios quiere para nosotros?

Estábamos bastante desanimados. Pero nuestra coordinadora desde la División…., Cleidi Khun, fue nuestra ancla y siguió insistiendo y animándonos vez tras vez. El siguiente proyecto que habíamos considerado era en Tailandia, y enviamos la solicitud como última opción. Ya era diciembre, y estábamos a días de casarnos.

La comunicación con los líderes de Tailandia fue espectacular. Nos respondieron con mucha rapidez y a mediados de diciembre recibimos la noticia de que habíamos sido aceptados para ir un año a Tailandia a enseñar inglés en una escuela de idiomas.

El 30 de marzo de 2012 llegamos a Tailandia y comenzó una aventura que nunca hubiéramos imaginado. Absolutamente todo era diferente de lo que estábamos acostumbrados. La casa donde vivimos, la comida, el clima, el idioma, la forma de trabajar, la gente, el tránsito. Pero aprendimos que diferente no significa peor; es simplemente diferente. Nos acostumbramos al calor implacable. No nos acostumbramos a la comida picante, pero sí a la diversidad de frutas y a comer con cuchara en lugar de hacerlo con tenedor. Aprendimos los números en thai, para poder hacer compras en los diferentes mercados que se organizan en los “wat” (templos budistas). Nos acostumbramos a conducir nuestras bicicletas por la izquierda en lugar de la derecha; y disfrutamos de la calidez, la amabilidad, las sonrisas, y el respeto extremo de la gente thai.

La cultura thai y la religión budista son prácticamente lo mismo. La persona thai vive su religión día a día; y es algo que deberíamos imitar más los cristianos. En general, las culturas asiáticas no separan la religión de la vida diaria y consideramos que viven con mucha más paz y seguridad gracias a eso.

Comenzamos nuestras tareas enseñando inglés, y Andrés también como capellán de la escuela de idiomas. Nuestro alumno más joven fue un bebé de un año y medio, y nuestro alumno más grande fue un abogado de 70 años.

Mirando hacia atrás, tenemos que decir que, en Tailandia, aprendimos más de lo que dimos. Hoy podemos ver cómo cada experiencia que tuvimos fue un escalón que teníamos que subir. No todo fue fácil. Hubo mucho sudor y lágrimas. Pero el sudor y las lágrimas son una parte esencial del crecimiento, y alabamos a Dios por habernos mandado allí.

Nos hicimos amigos de nuestros alumnos y de sus padres. La mayoría eran personas muy acaudaladas. Los padres de nuestros alumnos eran dueños de al menos el 70% de los negocios y empresas de la ciudad en la que vivíamos. Esto trajo otros desafíos: especialmente el desafío de mostrar a Jesús a un sector de la sociedad muy difícil de alcanzar.

Oramos para que nuestros jóvenes alumnos recuerden las oraciones que repetían al final de cada clase, las historias de la Biblia que leíamos juntos, y el amor de Dios que intentamos reflejar en cada juego y lección.

Dios es grande y cuando nos fuimos de Tailandia uno de nuestros alumnitos y su familia comenzaron a asistir a la iglesia.

Nuestro trabajo es tirar las semillas. Dios es quien se ocupa de los resultados. ¡No nos cansemos de tirar semillas, estemos donde estemos!

 

Andrés Acuña y Natalia Jonas