El sermón inconcluso
El sábado 1 de agosto, Ricardo Nieto Muñoz fue a la iglesia de Barrio Matera en Merlo, Buenos Aires, junto con su esposa Cecilia y su hijita Sofi (de un año y medio). Como estudiante de tercer año de Teología, Ricardo estaba disfrutando de su último sábado de vacaciones antes de integrarse al grupo de estudiantes que realizarán su Residencia de Evangelización Pública en la ciudad de La Plata durante este cuatrimestre.
Pero su vocación pastoral no se tomó vacaciones. Presentó el relato misionero y dirigió el estudio de la lección de la Escuela Sabática en la clase de jóvenes. Más tarde, comenzó a predicar el sermón, basado en Isaías 55, pero a los diez minutos se desplomó inconsciente en la plataforma. Inmediatamente, fue trasladado al hospital más cercano, pero fue imposible volverlo a la vida. Le había pedido a su cuñado que tuviera preparada la grabación del canto “Yo iré” para pasarla al final del sermón como un llamado a la congregación. Él no llegó a escucharla, pero la iglesia sí, al día siguiente, como cierre de su sepelio.
Mientras escuchaba ese himno, y observaba el rostro de sus familiares, los demás miembros de la iglesia y profesores que habíamos ido para la ceremonia, comprendí que en realidad estábamos presenciando el final de su sermón, cuyo llamado fue mucho más poderoso que todas las palabras que él podría haber pronunciado. Era el testimonio de su vida. «Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen» (Apoc. 14:13).
Dr. Carlos A. Steger
Decano de la Facultad de Teología