12 Nov

Dr. Víctor M. ArmenterosLlevo algo más de cinco años en esta tarea de escribiros, de tanto en tanto, una nota sobre cómo se ven las cosas desde mi perspectiva personal. Yo le llamo bando, pero quizá, debiera catalogarse como una mezcla de afección literaria y oportunismo de cargo. Sea como fuere, de tanto en tanto, os abro mi corazón y lo convierto en letras. Imaginad por un momento que este fuera, en mucho tiempo, mi último bando. ¡Qué descanso!, dirían algunos. No les culpo, porque los días friccionan y mucho más en la exposición. ¡Qué expectación!, añadirían los más curiosos y amantes de sobredosis de ansiedad. ¿Qué pasa?, preguntaría el despistado profesional. Tampoco le culpo que eso de estar enfocado es un déficit muy común en la posmodernidad. Imaginad que os escribiera ese bando sin pizca de abandono, porque la memoria se me ha tornado casi argentina e intuyo que es difícil desprenderse de ella; sin anhelo de desbandadas u otras reacciones desmedidas, porque es bueno que las instituciones sean estables; sino, como os decía, con todo lo que este corazón andaluz y con tendencia a lo desopilante es capaz de comunicar. Y sería algo así:
«De tanto en tanto recuerdo el pasado y hay tanto de tanto. Recuerdo los primeros días en Libertador San Martín, allá por el 2006, y una tormenta de verano. Parecía que el cielo se caía sobre nosotros pero sólo era una tormenta de verano y, además, un aviso de que por estos lares todo es intenso: el agua, el brillante pasto, las vacas de eterno rumiar, la verborragia villense, los afectos a flor de piel, la juventud atemporal, la presencia de lo espiritual. Y el día menos pensado, que esos caprichos tiene la providencia, me vi en el espacio donde las cosas se saben y se pueden. Comenzó con susto y continuó con mucho agradecimiento. Y agradezco haber formado parte de ese múltiple equipo que diseñó y concretó el templo de la UAP. ¡Qué días aquellos! Aún retengo en mi memoria el momento en que descargamos los bancos de la iglesia. Pienso en ello y mi corazón se hace comunidad porque, como pocas veces, fuimos hermanos. Y nos embargó el afán constructivo y llegaron el edificio de tutorías, el laboratorio de simulación, las escuelas sabáticas de niños, la Facultad de Teología, la remodelación del antiguo teológico, los nuevos espacios de investigación, el hospital móvil, el galpón… los baños. Oscar (que así, sin etiqueta de rector o contador, se llama en la intimidad) afirma que pasaremos por la historia como el grupo que rehabilitó los baños de esta institución. A ver, la historia se escribe con lo cotidiano. Agradezco haber conocido los entresijos de los eventos multitudinarios de la universidad. Cuánto de agradecer a los osados componentes de los grupos misioneros que nos trajeron un primer “I Will Go” y, por si no fuera suficiente, una segunda convocatoria. Aquello cambió nuestra manera de comprender la misión y no sólo es un modelo de encuentro, sino el catalizador de decisiones de acción allende do mar (curioso que un “gallego” diga esto). Ese espíritu, ese fuego, pervive. ¡Gracias Señor!
»A lo estentóreo se le une lo callado, lo que hace a la estructura desde los modelos y los detalles. Allí se encuentran los procesos de desburocratización, las notas online, las marcas de seguridad en los documentos oficiales, la regulación normativa de la Secretaría de Ciencia y Técnica, el régimen de carrera docente y de carrera de investigador, el modelo educativo, el empoderamiento de los directores de carrera, el crecimiento exponencial de la editorial, la creación y el desarrollo de la Secretaría de Responsabilidad Social Universitaria con su Universidad Abierta y sus propuestas de aprendizaje-servicio, la Asesoría Pedagógica con la calidad docente y las competencias, la CTE (Carga Total de Estudiante), la formación en posgrados del profesorado y el proyecto PAIDEIA, el Preuniversitario, la Universidad Saludable, el Starting UAP, el régimen de promoción, el Trabajo de Final de Grado, la red de estudiantes adventistas de Argentina. Y, por si fuera poco, se formaron cientos de profesionales. Ante tantos colaboradores en sinergia, trabajando aunados, ¡gracias Señor!
»Pero, sobre todo, recuerdo los saludos de los alumnos. ¡Cuánto bien hacen esas sonrisas a veces naïf, a veces picaronas! Y los abrazos de los compañeros, los físicos y los conceptuales. Y la participación de Dios en nuestra historia. Ante su presencia no hay palabras porque los silencios pesan mucho más.
»De tanto en tanto contemplo el presente y hay tanto de tanto. No se puede evitar la presencia de lo inmediato, de aquello en lo que se está todavía inmerso. Apenas si estamos saliendo de la evaluación institucional y todavía tenemos los nervios en la piel. Hemos aprendido mucho y, posiblemente, esta andadura nos obligue a llevar pantalones largos. Se acabó la adolescencia corporativa y hemos de prepararnos para una juventud vigorosa. También se visualizan como muy presentes las carreras de Odontología, de Relaciones Públicas, de Ingeniería en Sistemas, de los posgrados. Lo mismo se podría decir del reciente congreso de San Antonio, del congreso de teología de SBL en Buenos Aires y del inminente congreso de la Unión Argentina. Paseamos cada día por la universidad y somos conscientes de que nos están cambiando las veredas, eso sí, a mejor. Pronto, además, se comenzarán a contemplar las señalizaciones del nuevo plan de imagen institucional. Ya sabéis, la imagen también es mensaje. Personalmente, tengo en mente mi clase de Escuela Sabática, un espacio sin límites etarios, culturales o ideológicos porque en la variedad está el gusto y la sabiduría. Ante dichas constataciones solo puedo afirmar: ¡Gracias, Señor! ¡Y qué decir de los últimos días! Os veo, jóvenes recién egresados, con vuestras togas y títulos, vuestras sonrisas acorbatadas y esos tacos dignos de la destreza de un funambulista. Os imagino cual mariposas monarca y ante la pregunta de “¿ahora qué?” me uno a la expresión del salmista “mi esperanza está en ti” (Sal 39:7). Sed siempre portadores de Cristo (cristóforos) y si, por alguna de esas causas de la vida, encalláis, confiad en el mejor naviero de los tiempos: el Señor de las armadas. Anhelo que nos encontremos todos al final del trayecto. Ya sabéis, allí tenemos pendiente una paella colosal.
»Pero, sobre todo, tengo bien presente dos imágenes. La primera es la imagen de mi esposa Esther orando en las mañanas. ¡Cuánto ha cambiado nuestras vidas esa práctica! Tener presente la presencia de Dios hace mucho y bueno. La segunda, es ver el espíritu misionero que os embarga, perdón, el Espíritu misionero que os embarga. Ese empuje me hace tener la certeza de que este mundo tiene posibilidades. Y sólo puedo exclamar: ¡Gracias Señor!
»De tanto en tanto sueño el futuro y hay tanto de tanto. Dios es bueno porque ha puesto en nuestros corazones la semilla de la creatividad, porque nos otorgó el deseo de construir castillos en el cielo, en su cielo. El futuro es oportunidad y os imagino sin mí pero conmigo. Sí, incoherente pero ciertísimo porque somos eslabones de una cadena de Gracia, porque no importan tanto los nombres como las voluntades, porque lo realmente grande abraza el silencio y se crece en los otros. Hay tanto por hacer, tanto bueno, que no podemos detenernos en las etiquetas de este o aquel personaje, sino en la acción que mejora el mundo. Os sueño benignos, pacificadores, solidarios, auténticos y naturalmente cristianos. Y ante ese sueño sólo puedo susurrar: ¡Ojalá, Señor! Os sueño y no quisiera despertar porque los teóricos somos así, idealistas hasta los huesos. Pero sé con toda convicción que vosotros sois gente de realidades y que vuestros hechos superarán mis quimeras. Me gustaría mucho ver vuestras acciones, pero si no fuera así, sólo recordaros que “para Dios todo es posible” (Mt 19,26). Yo os seguiré soñando y orando por vosotros un “ojalá, Señor”.
»Pero, sobre todo, sueño con ese día en que una blanquísima nube, como las del paisaje entrerriano, crezca hasta silenciar el universo. Ese día en que veamos a Cristo en los cielos y sintamos que todo cambia dentro de nosotros. El día cuando la luz hará brillar cada existencia con tal intensidad que solo tengamos palabras de agradecimiento. Y me imagino a Jesús extendiendo su mano y diciéndonos algo así como: “El Galpón está preparado, vamos a tomar la mejor pizzeada de la historia”. Y nosotros diremos: “¡Vaya! Pues sí que estaba deseando cenar con nosotros”. No dejemos de soñar ese sueño porque, os lo aseguro, está muy cerca.
»Imaginar, a fin de cuentas, no cuesta nada y aporta mucho porque nos permite visitar esos espacios donde se crean las ideas, donde todo es posible, donde reside lo divino. Quizá, este podría ser mi último consejo: no dejéis de imaginar. O quizá no porque, de tanto en tanto, os recordaré que hay tanto de tanto».
Dr. Víctor M. Armenteros
Libertador S. Martín, 8 de noviembre de 2015