15 Jun

Dando continuidad al tema de los discos cristianos grabados por alumnos del Colegio Adventista del Plata, La Agenda de esta semana transcribe un interesante relato enviado por el Dr. Alberto R. Treiyer.

«A pedido del Dr. Daniel Plenc, vuelvo atrás en mis memorias a la experiencia vivida con Dios, con la música, y con tantos amigos con los que pudimos plasmar las notas de mis composiciones en un coro de hombres hace alrededor de 50 años. Había primero realizado algunas composiciones para piano, lo que le dio temor a mi padre de que me las quisiese dar de Mozart o Beethoven. Hoy, sin embargo, la educación moderna fomenta el espíritu creativo de los estudiantes, abriendo las puertas para que todos los que quieran puedan hacer su aporte según las alternativas que les ofrece la vida.

A los quince años me di el trabajo de escribir Rondó a la Meditación, y luego Mi perro tras la liebre. Hoy, por supuesto, arreglaría muy diferente esas composiciones. Luego me enamoré a los 16 años de quien es mi esposa, y el amor que tenía por mi perro se pasó al de quien iba a ser la compañera de mi vida ya por prácticamente 50 años, por lo que mi siguiente composición fue, Soñando en ti. Después los valores religiosos se hicieron más fuertes y comencé a componer cantos para cuartetos. Primero formé un cuarteto en el año 1967 que duró hasta el año 1968, y luego, al año siguiente, decidí formar un corito de hombres ya que no se me iba a permitir competir con el coro mixto del colegio. Con ese fin compuse mi primera cantata, El que Murió y Resucitó. Tenía entonces 20 años.

Para conseguir las voces que necesitaba en mi proyecto musical, comencé a sentarme en los cultos del antiguo Colegio Adventista del Plata en diferentes lugares. Lo hacía con la intención de escuchar cómo cantaban otros jóvenes. Cuando la voz y la entonación me parecían aceptables, les preguntaba después del culto si les gustaría cantar con mi corito. Así llegué a juntar unas 30 voces. Muchos de ellos nunca habían cantado en público, y algunos se desarrollaron después como solistas.

Pronto descubrí que las mejores voces con las que podía contar para los solos, dúos, cuartetos y quintetos de la cantata eran las de mi primo Luis Treiyer como bajo, Luis Gómez como primer tenor, Hugo Ocampo como barítono, y Brunetti como segundo tenor. Los tiempos de práctica eran limitados, pero nos atrevimos a ofrecer un concierto un sábado de tarde que duró más de una hora, que la gente podía seguir con un libreto mimeografiado que contenía todas las palabras de todas las canciones. También cantamos la cantata entera en la Iglesia Adventista de Crespo Campo y finalmente en la Iglesia Adventista de Paraná que estaba al lado de la Asociación Argentina Central.

Ahora mis sueños habían crecido, y comencé a hacer planes para registrar en un disco esa composición. Siendo que el máximo espacio disponible para un disco era de 44 minutos (22 por lado), debí reducir la composición con ese fin. Al año siguiente, 1969, escogí 12 de las 30 voces iniciales, e hicimos planes para ir a grabar los cantos en la ciudad de Buenos Aires, en los estudios de RCA Víctor, una compañía que se dedicaba a producir discos. Cada cual se pagó sus pasajes y uno de los jóvenes que vivía en Buenos Aires nos consiguió hospedaje en casas de hermanos. Viajamos toda la noche y al día siguiente fuimos al estudio. Estuvimos grabando por cuatro horas y el cansancio del viaje más tanto tiempo encerrados cantando, dieron lugar a situaciones difíciles de manejar, con algunos cantantes que querían irse antes, aduciendo que ni siquiera habían comido. Debíamos volver al día siguiente por otras cuatro horas que habíamos reservado, y temí por uno de los solistas, quien había amenazado con no venir. Pero vino, y alcanzamos a terminar, aunque no completamente satisfechos especialmente en mi caso, porque algunas canciones no se grabaron como me hubiera gustado.

Un nuevo sueño que estaba teniendo desde hacía un tiempo, era el de componer otra cantata que titularía La Eternidad. Pero esta vez la tarea iba a ser más difícil, porque el director de música había decidido formar para entonces un coro de hombres oficial del colegio, y nombró para dirigirlo a un profesor de piano que acababa de llegar a la institución. Entonces decidí ir a la institución hermana, el Sanatorio Adventista del Plata, y formar con empleados de esa institución un coro mixto. Dimos al concluir el año 1970, un concierto basado en una cantata compuesta el siglo anterior, titulada “El Nazareno”, que mi padre había dirigido en el coro del Colegio Adventista de Chile unos años antes. Mientras tanto continué componiendo mi segunda cantata sobre la eternidad.

En 1971 decidí escoger 12 jóvenes, la mayoría miembros de mi primer coro, con el propósito de hacer otro disco. Pero nos pidieron interpretarla en un concierto antes de fin de año. Para evitar controversias con el departamento de música, la administración del colegio nombró al director del departamento de teología, el Dr. Werner Vyhmeister, para que coordinase la formación de los grupos musicales que se formaban. Me dijo que había libertad para formar grupos, y que su función era garantizar el libre ejercicio de la alabanza de la institución.

Sin embargo, se hacía difícil conseguir horas de ensayo porque las únicas horas que podía ensayar habían sido copadas por el departamento de música. Entonces decidí anotar los títulos de los cantos arriba, y los nombres de los doce estudiantes al costado. Arreglaba con cada uno de ellos algún momento del día en que pudieran para practicar la voz, y cuando aprendían su parte anotaba un asterisco. Una vez que cada uno había aprendido por separado su voz en el canto escogido, nos juntábamos entre el culto vespertino del hogar y la hora de ensayo del coro del colegio, para ensayar por 15 o 20 minutos juntos. Así pudimos salir adelante y dar el concierto hacia fines de año.

Para entonces mi primo Luis Treiyer no estaba más. Había terminado sus estudios e ingresado en obra pastoral. Su lugar como bajo lo ocupó mi hermano Enrique Benjamín, conocido por todos como “Mincho”, quien para entonces había vuelto de Francia donde había ido a estudiar el año anterior. La cantata consistió en su primera mitad, en el llamado final de Dios a su pueblo para prepararse para encontrarse con él, la crisis final y la destrucción del mundo, y la Segunda Venida de Cristo. Para la segunda parte del disco compuse canciones sobre nuestra vida en el más allá, basadas en los pasajes de la Biblia que hablan de ello. También se fotocopió la letra entera de la cantata para que todos pudiesen seguir la interpretación.

Esta vez no iba a ser posible viajar a Buenos Aires para grabar la cantata, y decidimos viajar dos o tres veces a la ciudad de Santa Fe, a un pequeño estudio que lamentablemente no era estéreo, pero que podría servir de todas maneras, porque en aquel entonces, muchos no tenían un pasadiscos estéreo todavía. Arreglamos para que el chofer del colegio nos llevase en la van de la institución por dos domingos, y conseguimos completar la grabación que quedó registrada en una cinta especial. Pero al disco no pudo reproducírselo hasta el año siguiente, para lo cual viajé a Buenos Aires desde el  Instituto Adventista del Uruguay a donde había sido llamado para enseñar, y así se consumaron mis sueños musicales que espero retomar de nuevo en la patria celestial.

Las experiencias que tuve con Dios al componer esos cantos me fortalecieron en la fe, y me acompañaron a lo largo de mi vida. Hasta hoy canto algunas de aquellas canciones compuestas en mi juventud, en las conferencias y seminarios públicos que doy doquiera nos invitan. Sueño con el cumplimiento de tantas descripciones que di sobre la eternidad en aquella época temprana de mi vida».