04 Oct
Se considera al estrés como la respuesta que tenemos frente a los sucesos que nos tocan vivir. Y es algo muy bueno ya que nos permite afrontar la vida. Sin embargo, cuando esta respuesta es excesiva, desproporcionada y/o se sostiene en el tiempo puede llegar a enfermarnos y afectar nuestra calidad de vida. Repercute negativamente en el aspecto físico, mental, social y espiritual. Nos afecta en el nivel individual pero también a nuestra familia, amigos y a quienes comparten espacios con nosotros. Es claro que todos los seres humanos tenemos problemas y situaciones que afrontar. Y es importante entender que cada persona lo hace en la medida que puede. En la que sus recursos personales se lo permiten. La que le enseñaron. La que construyó en su historia de vida. También es evidente que no todos reaccionamos igual ante una misma circunstancia. Lo que para algunos es una pequeña grieta para saltar, para otros es un abismo. La percepción del peso de la piedra por cargar varía de persona a persona. En este contexto de diversidad es bueno que entendamos en primer lugar, que debiéramos tener una actitud comprensiva y empática hacia nuestro prójimo, su circunstancia y la forma que afronta las situaciones que le toca vivir. Seguro quisiéramos que se tenga esa misma actitud hacia nosotros. Es oportuno recordar las palabras de Jesús al respecto “Todas las cosas que quieren que los hombres les hagan, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos.” Mateo 7:12. “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados; y con la medida con que medís, os volverán a medir” Mateo 7:1-2
Muchas cosas generan en nosotros la activación del mecanismo del estrés. Problemas de salud, económicos, de pareja, familiares, etc. Problemas reales o imaginarios. Nos centraremos en el aspecto laboral y cómo puede impactar en nuestro grado de estrés. Las investigaciones del tema muestran que muchas situaciones en el ámbito laboral son estresores: exceso de horas de trabajo, exceso de actividades para realizar, situaciones de injusticia, relaciones personales conflictivas, insatisfacción con la actividad realizada, con la remuneración, con el trato, etc. La respuesta extrema al estrés crónico originado en el contexto laboral se lo ha llamado Síndrome Burnout (o del quemado). Hace alusión a una situación de agotamiento biopsicosocial que coloca a la persona en una situación de vulnerabilidad con astenia (cansancio), adinamia (falta de dinamismo), desánimo, ansiedad, trastornos del humor y hasta desinterés. La pregunta que surge ante esto es: ¿Qué podemos hacer?
Me es grato decir que no hay una receta milagrosa para esto. Es bueno que sea así. Cada persona requiere una solución individualizada. Simplemente mencionar que hay cosas para tener en cuenta y que han demostrado ser útiles: realizar cambios positivos en nuestro estilo de vida ayuda a aumentar nuestros recursos personales. El descanso, la actividad física y la alimentación son muy importantes. Las actividades creativas (literatura, dibujo, pintura, música, etc.) pueden ayudar a relajarnos. Hablar de los temas que nos agobian es necesario. Decir “no” a sumar más actividades es una decisión sabia a fin de no sobrecargarnos. Manejar sabiamente el tiempo privilegiando lo relacional, es restaurador. El sentido de la vida del cristiano y su misión se vincula a procurar la felicidad de nuestro prójimo. Buscar la felicidad del otro hace al encuentro de mi felicidad. Cambiar una actitud rígida, autoexigente y atada a estereotipos por una actitud más flexible y que nos muestre sin máscaras nos permite amar a nuestro prójimo y a nosotros mismos. Tener paciencia para que ocurran los cambios que anhelamos nos permite estar más tranquilos. En el nivel del trabajo podemos contribuir en la búsqueda de soluciones a las problemáticas existentes. Seguramente las instituciones tendrán su parte en la resolución. Cuando estamos caminando hacia los síntomas del burnout es conveniente buscar apoyo profesional. Todo lo mencionado hace una decisión personal.
Recordar, por último, que tenemos un Dios que nos ama y desea nuestra felicidad. Lo invito a leer y reflexionar en el salmo 23. Lo voy a llamar “el salmo para el estrés”. El Señor Jesús es nuestro pastor, nada nos hará faltar, en verdes pastos nos hará descansar y nos conducirá a aguas de reposo. Aunque andemos en el más sombrío de los valles promete estar con nosotros y alentarnos. Y lo más hermoso es que nos está preparando un lugar para vivir con él por la eternidad.
Tener fe es aprender a confiar en Dios. Podemos tener la certeza de su soberanía en nuestra vida. Y eso nos llenará de paz.
Dr. Daniel Heissenberg
Director de la Carrera de Medicina de la UAP