14 Abr
Nací en un hogar cristiano, de padres misioneros. Mi papá es profesor de Educación Física, pero es un profesor muy especial. Durante toda mi niñez y adolescencia lo vi trabajar en colegios secundarios, con un único objetivo: que sus alumnos conocieran a Jesús y lo aceptaran como Salvador y Señor de sus vidas. Yo veía cómo él aprovechaba todas las oportunidades que las situaciones deportivas, entrenamientos y viajes le daban, para alcanzar esa meta.
En el ámbito deportivo mencionado, se puede ayudar a los chicos a notar sus debilidades de carácter y a superarlas. También, se puede inducir a los jóvenes a desarrollar hábitos saludables de vida y actitudes valiosas tales como la perseverancia, la cooperación y la autoestima. Sobre todo, en ese clima de alegría y satisfacción que se genera en el deporte, uno puede presentar a Dios como el dador de cada cosa que disfrutamos y como el único capaz de auxiliarnos en nuestros problemas y de cambiar nuestra vida.
Con la experiencia que viví al ver cómo mi papá utilizaba el deporte para acercar a los jóvenes a Jesús, fue creciendo en mi propio corazón el sueño de dedicar mi vida a ese ministerio. Me propuse colocar a los pies de Jesús mi profesión para que el Señor me utilizara como instrumento para su obra, tal como se menciona en la Biblia, en Mateo 28:19,20.
El año pasado, mientras cursaba las últimas materias del Profesorado de Educación Física en la Universidad Adventista del Plata, Argentina, me llamó una mañana a su oficina el pastor Walter Lehoux, vicerrector de Bienestar Estudiantil y coordinador general del programa de Servicio Voluntario Adventista en la UAP. El pastor me contó que se necesitaba un profesor de Educación Física que estuviera dispuesto a ir como voluntario a un país de la Ventana 10/40.
Esta invitación fue un regalo de Dios. Él conocía mi deseo de servir y puso en mis manos la oportunidad y el privilegio de ser un misionero a través del deporte. Inmediatamente, y cargado de emoción, le dije al pastor que yo quería ir a ese lugar.
Por otro lado, había una historia paralela de 3 años de una hermosa amistad con Daiana. En esos mismos días habíamos tomado la decisión de avanzar en nuestra relación y ser novios. Ese hecho era el que más preocupación generaba en mi interior. Me apenaba dejarla sola durante todo un año. Cuando le conté los planes, noté que sus ojos se llenaron de lágrimas, pero me rogó que no desistiera de mi decisión por nada de este mundo. Ser un misionero y predicar el evangelio es lo más lindo que le puede pasar a un joven cristiano. Oramos y le entregamos a Dios todas nuestras preocupaciones y él nos dio paz.
En esa época del año las exigencias académicas del final de la carrera demandaban mucha atención de mi parte. Estaba tan atareado que me distraje, descuidando la parte más importante de mi vida que es la comunión con Dios. Hablé con el pastor Lehoux, le conté lo que me estaba pasando. Esa conversación me ayudó mucho. Entendí que el enemigo quería hacer que yo fracasara. Me di cuenta de que la parte más importante de mi vida es la preparación espiritual. Entendí que Dios me estaba llamando para cumplir con una tarea importante en la que no se puede improvisar. Para cumplir con la misión hay que depender completamente del Espíritu Santo.
Hoy soy un misionero en la Ventana 10/40. Ser un misionero, para mí, es el máximo privilegio al que se puede aspirar en la vida. No lo tomo como una experiencia de un año. Misionero es lo que quiero ser hasta el día cuando Jesús regrese.
Andrés Boleas. (Boletín informativo de la Unión Misión del Sur – División Euro-Asiática. Ed. 01 Abril 2014)